El auge de los dispositivos móviles ha permitido que el mundo de la fotografía se acerque a toda la ciudadanía con igualdad de acceso. ¡Hasta los teléfonos móviles “menos inteligentes” poseen cámara! Con solo tocar la pantalla ya hemos realizado una foto: un gesto prácticamente imperceptible para las personas que permanecen alrededor del autor.
Los selfies, con o sin filtros, con o sin stickers, con o sin mensajes escritos… son los reyes de la fotografía digital adolescente e Instagram la red social preferida en la que compartirlos, así como WhatsApp dentro de las opciones de mensajería instantánea. Snapchat sigue creciendo, aunque quizá muchas de sus personas usuarias solo como observadores, una app centrada en la fotografía efímera, el contenido que desaparece en menos de diez segundos y no puedes volver a ver.
En el mundo adulto Facebook es la red más activa para compartir fotografías con amigas y amigos, aunque no siempre sean de las propias personas adultas, sino también de sus familias, hijas e hijos, sean o no menores.
En todo este espacio colapsado de imagen ¿somos conscientes de la cantidad de datos que contiene o puede contener una fotografía? Si aparecen personas se puede dar datos a veces muy visibles como el sexo o la edad, pero en ocasiones por la vestimenta, objetos que les rodean o determinadas poses, también se puede intuir el nivel económico, la religión, orientación sexual, ideario político, etc. ¿lo habíais pensado alguna vez? Si además aparece un lugar o situación, a veces sin percibirlo el fotógrafo, se ofrecen datos como el lugar de residencia, estudios o la matrícula del coche… Si además se publica una imagen “sin querer” se puede regalar un número de teléfono, por ejemplo, y si no, que se lo digan a Paula Vázquez cuando hace unos años hizo público un parte de accidente en Twitter o algo más íntimo como en el caso de Cañizares.
Aunque ya tiene un tiempito, es vídeo del adivino de Facebook nos muestra de manera gráfica esta idea:
Por otro lado, además de los datos visibles existe una gran cantidad de datos de los que quizá no seamos tan conscientes, pero que tiene que ver directamente con la fotografía conectada: la hora de realización y publicación, el dispositivo utilizado, el lugar (si tenemos el GPS activado)…
Si además las imágenes se acompañan de texto al publicarse en la Red se deja a la vista muchísima más información de la identidad como el idioma, los conocimientos o incluso el curso escolar según las estructuras gramaticales y la ortografía. El etiquetado de imágenes tanto en las fotografías (como permite por ejemplo Facebook, Instagram o Twitter) como a través de hashtags o menciones, además ofrece información de otras personas que aparecen en cada imagen, esto es, conociendo a nuestras amistades o compañía escolar y laboral también nos pueden describir a nosotros mismos.
Sin obsesionarse con la información que compartimos, es importante reflexionar y hacer reflexionar a las y los peques que tengamos cerca, sobre algunos aspectos que inciden directamente en el uso de las fotografías digitales:
– Diferenciar intimidad y privacidad antes de hacer una foto.
– Preguntar y/o pedir permiso a otras personas antes de realizar una fotografía y, posteriormente, para publicarla en Internet.
– Solicitar el mismo permiso para el etiquetado de dichas imágenes.
– Respetar las decisiones de los demás, de uno mismo y de aquellas personas que no pueden expresar su opinión.
– Empatía: ponerse en los zapatos del otro al realizar y/o publicar la imagen en la que aparece, y en la de uno mismo si la fotografía es propia.
– Respetar y hacer respetar los derechos de propiedad intelectual sobre fotografías de otras personas y de imagen.
¿Qué más se te ocurre? Incluye tu propia reflexión que sirva como pauta para realizar o publicar imágenes en Internet.
Autor: Diana González, especialista en educación y TIC de la Escuela de Tecnología del Planetario de Pamplona y colaboradora de Dialogando.