Cuando leamos el titular de este artículo es posible que nos venga a la mente inmediatamente la imagen de una colección de hojas impresas y encuadernadas con su tapa, probablemente dura. La idea es tan instantánea porque sí. Después de todo, hace más de 550 años que el libro tiene ese aspecto, da igual en el idioma en que esté, desde que el alemán Johannes Gutenberg inventara una máquina y produjese el primer libro impreso de la historia: la Biblia. Era de esperar, por lo tanto, que la aparición de los libros digitales en poco tiempo pusiera fin a la hegemonía de la imprenta.
Las ventajas de los e-books parecían insuperables: desde las ventajas medioambientales, con la reducción de la tala de árboles, hasta las ventajas prácticas, como lo es el hecho de poder llevar en el bolso una biblioteca entera. Las librerías empezaron a entrar en pánico en 2007, cuando Amazon lanzó el Kindle y en apenas 5 horas y media vendió todo el stock que tenía para varios meses. Entre 2008 y 2010 las ventas de libros digitales crecieron un impresionante 1.260 % en Estados Unidos. Al año siguiente, la red de librerías Borders, que contaba con más de 500 tiendas en todo el país, se fue a la quiebra cerrando las puertas de todos sus locales. El pronóstico en aquel momento fue que las ventas de libros electrónicos o e-books superarían las de sus versiones en papel. Pero nada de eso acabó sucediendo.
Después de ese suceso espantoso, las ventas dejaron de subir y se acabaron estancando, no solo en Estados Unidos (actualmente el 20 % del mercado), sino en el resto del mundo. En Brasil, el crecimiento que había sido del 30 % hace algunos años, cayó a un 12 % el año pasado. En Europa, el fenómeno se repite. Pero hay excepciones. En España, por ejemplo, las ventas de libros digitales han aumentado, así como en México y Argentina, aunque de forma poco significativa. Sin embargo, es imposible hacer comparaciones ya que cada país lleva a cabo sus propias encuestas y nunca se revelan todos los datos disponibles. Una cosa, sin embargo, es cierta: el libro en papel está lejos de dejar de ser el preferido de la gente. Incluso los más jóvenes, que ya han nacido en la era digital, parecen preferir el viejo formato de Gutenberg, según algunas encuestas. Pero principalmente los amantes de la lectura. Los que leen de manera ocasional, sin embargo, prefieren el e-book.
“Una vez, un libro me gustó tanto que lo leí sin parar durante 18 horas. Nunca lo he intentado, pero creo que no llegaría ni a la mitad de ese tiempo leyendo en la pantalla de una tablet”, dice a Dialogando la estudiante de trabajo social Erika Bismarchi. “Cansa mucho leer en una pantalla”. Erika siempre tuvo un ordenador en casa, conectada 24 h, toda su vida gira en torno a su smartphone, inseparables ambos desde que se levanta hasta que se acuesta. “He crecido con el ordenador, pero también con los libros”, añade. “Con el libro en papel puede conversar: lo abraza, lo subraya, marca una página con un post-it, hace anotaciones en el margen, se lo presta a un amigo o lo pide prestado”. Según ella, la relación con el libro en papel es íntima; con el e-book, aunque dé para hacer algunas de esas cosas, la relación es más formal.
La opinión de Erika se ve respaldada por la ciencia. Un estudio de la Universidad de Stavanger, en Noruega, sugiere que la lectura en papel favorece la atención y la retención de información. Quien lee en una pantalla grande tiene tendencia a una menor comprensión y a olvidar el contenido más fácilmente. ¿Pero por qué? “Cuando lees sobre papel, sientes en los dedos un montón de hojas que aumentan a la izquierda y disminuyen a la derecha”, respondía al periódico inglés The Guardian, la investigadora jefe del estudio, Anne Mangen. “Sientes el progreso en el tacto”.
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