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    Seguridad - 13/07/2018

    Decálogo para reinar en la Red

    3 min Tiempo de lectura

    Hace algún tiempo vi en una revista un decálogo con recomendaciones para ser el mejor influencer de la Red, imaginaba a mi prima pequeña, de 13 años, leyendo eso para tratar de cumplirlo y se me ponía la piel de gallina. En la relación de consejos no se saltaban ni uno solo de los pasos que hay que seguir para exponer toda tu vida minuto a minuto ante cualquiera con conexión a Internet. Pero ni un sólo punto recomendaba no revelar detalles de seguridad personal o que impidiesen que cualquier “maleante” se plantease buscar contacto físico, más allá del mero seguimiento online que tan alegremente se promocionaba.

    Cuando los adolescentes de antes decían que de mayores querían ser concursantes de Gran Hermano nos parecía que la televisión estaba ejerciendo una mala influencia. Ahora dicen que quieren ser influencers, bloggers, youtubers, it girls, etc., que quieren contarle al mundo todas las frivolidades que pasan por su cabeza mientras realizan un salto de fe a las redes sociales sin sopesar límites ni riesgos, ni para ellos ni para otros a los que igualmente involucran sin pensarlo. Y para protegerlos sólo se nos ocurre impedirles el acceso a esos servicios hasta que sean mayores de edad. Pues bien, no funcionó entonces quitarles la tele, ni funcionará hoy quitarles las redes. Lo único que funciona de verdad es explicarles cómo deben enfrentarse al potencial de este tipo de tecnologías y cuáles son los términos de su uso. Y si tienen algo que contarle al mundo, primero deben estudiarlo y aprender cómo repartir esos conocimientos sin provocar daños innecesarios para sí o para terceros.

    Aquel decálogo decía literalmente que si creas un perfil personal tiene que ser abierto al público, “nada de candados”, pero no decía que eso supone que le entregas tus fotos a la gente, como si hicieras millones de copias y te dedicaras a repartirlas por la calle, solo que en este caso la calle es el mundo entero. Tampoco dice que esas fotos podrán dar pistas de dónde vives, a qué hora sales para ir al colegio o al trabajo, dónde y cuándo veraneas, si sueles ir a un centro comercial o a un parque concreto, si te gusta vestir de una manera o de otra, si tienes coche o mascota, etc. Sí, esto ya se hace con toda naturalidad, y entonces ¿por qué nos sorprendería que alguien que nos hemos cruzado esta mañana supiera todo eso de nosotros aunque nunca antes nos hubiéramos visto ni hablado? No penséis que es tan raro, hay gente a la que ya le ha pasado, que le han dicho en la calle “hola, a ti te sigo en Instagram ¿qué tal en la playa?”, y claro, se han sorprendido. Supongo que no somos aún conscientes de cómo se difunde esa información a lo largo y ancho del planeta, de lo rápido que llega todo lo que publicamos a millones de teléfonos móviles. Pero lo malo no es que estas anécdotas ocurran y se quede en algo gracioso que contar a nuestros amigos, lo malo es que ese alguien te estuviera buscando. Y no sabes si eso está ocurriendo.

    El decálogo además invitaba a escribir una biografía interesante “que muestre tu personalidad” para que todo el mundo te conozca (¿y opine?), que utilices hashtags para que te encuentren más rápido (¿y tu casa o tu instituto?), que te etiquetes en las fotos y a quien aparezca en ellas (¿para que os reconozcan por la calle por nada, por ningún mérito?), que nunca subas fotos de un mismo momento (¿mejor una de cada hora, para que quede bien claro todo lo que hago, bueno o malo? ¿y que opine gente que no conozco de nada?), que las 20:00 es la hora top de visualizaciones (¿los lunáticos también se conectan a esa hora?), y que en cuantas más redes sociales tengas perfil, más likes, y más seguidores consigas, más importante serás “¡Así dices que existes!”.

    Hoy se invita (más bien, incita) a los jóvenes a exponer su vida al mundo para triunfar, sin explicarles qué son méritos de verdad, qué es el esfuerzo y qué logros se consideran para encontrar un trabajo el día de mañana. No todos somos graciosos, ni hábiles combinando ropa, ni tenemos talento para cantar… ¿dejamos pues que los juzgue el mundo? ¿o mejor los preparamos y les mostramos cómo lo juzgan los expertos? Siempre me sorprende que los adolescentes consideren que un público abierto, indeterminado e inidentificable, tiene capacidad suficiente para decidir lo que son, lo que valen, lo que deben hacer o dejar de hacer para ser valorados. Al final, si no educamos, también en el uso correcto de las redes sociales los jóvenes acaban dejando su autoestima en manos de gente que los considera simples personajes de un juego llamado Internet.

    Autor: Ofelia Tejerina, abogada TIC, doctora en Derecho Constitucional y colaboradora de Dialogando.

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