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    Seguridad - 21/06/2017

    Los riesgos del «celular sonajero»

    5 min Tiempo de lectura

    En el principio fue el juguete. Un sonajero cuando éramos bebés; y más tarde llegarían autitos, muñecas, los clásicos ladrillitos plásticos… y un largo etcétera.

    Sin embargo, a lo largo de (apenas) la última década, o aún menos, el celular se convirtió en un dispositivo tecnológico cuya masividad, utilidad y omnipresencia generó cambios impensados y profundos en nuestra vida cotidiana.

    Hoy, hacemos muchas cosas con el celular. Quizás demasiadas: navegamos por Internet, hacemos búsquedas en Google, gestionamos nuestra identidad digital en las redes sociales. Compartimos mensajes, audios, imágenes y videos con nuestros grupos de WhatsApp. Lo usamos para trabajar. Leemos y enviamos mails, personales y laborales. Tomamos fotos. Grabamos videos. Hacemos home banking, e-commerce, quizás algo de e-learning. Lo usamos como GPS. Escuchamos música y vemos nuestra serie preferida, gracias a los beneficios del streaming. Buscamos en las carteleras de cine y teatro qué podemos ir a ver. Compramos (o reservamos) las entradas. Buscamos restaurantes. Descargamos y usamos juegos. Descargamos innúmeras apps, de acuerdo a nuestros gustos, preferencias o necesidades. Lo usamos de despertador.

    Y, de vez en cuando, lo usamos para hablar por teléfono.

    En este marco, el universo de la infancia no podía quedar ajeno a los impactos de este simpático aparatito. Para los más chicos, el smartphone de mamá o papá termina siendo casi un chiche más, pródigo en apps y juegos, o en videos de YouTube… máxime cuando los padres quieren relajarse viendo una película o conversando en cena de amigos.

    Pero claro: esto implica que, a veces, los chicos terminan utilizando el smartphone con unas incuestionadas (aunque no incuestionables) naturalidad y asiduidad. Y es más: a veces, los padres ceden ante la pretensión (y la insistencia) de los chicos, y terminan transformándolos en flamantes dueños de un hermoso celular de gama alta… a los 10 años de edad.

     

    Uso y abuso

    Pero, ¿qué consecuencias tiene, por ejemplo, que un chico de 4 años use el celular de sus padres o que otro de 10 ya posea su propio smartphone?

    Hace unas semanas se conocieron los resultados de dos estudios que abordan la cuestión.

    El primero se presentó a fines de mayo pasado en Berlín (Alemania) y afirmaba que los niños pequeños que usan diariamente un smartphone tienen más riesgos de sufrir problemas de concentración e hiperactividad. El otro sondeo, efectuado en Australia, arrojó resultados igualmente preocupantes, aunque enfocados esta vez en adolescentes: el uso de esos dispositivos hasta últimas horas del día deteriora su descanso y, potencialmente, su salud mental.

    La investigación realizada por Murdoch University, de la ciudad de Perth (Australia), abarcó una muestra de más de 1.100 estudiantes secundarios con edades de 13 a 16 años. Y halló que las causas de un déficit en el sueño podrían estar ligadas a que “los adolescentes hacen llamadas y envían mensajes hasta altas horas de la noche, y que eso puede ocasionarles, además, estados de ánimo depresivos y problemas de autoestima”.

    Acerca de los resultados de esta investigación, el médico psiquiatra y psicoanalista Pedro Horvat, citado en esta nota, afirmó que «como siempre, el problema con estas tecnologías es el abuso. Son herramientas maravillosas que están destinadas a generar muchos cambios, también positivas. Pero el abuso puede resultar peligroso«.

    Horvat agregó que «las pantallas emiten una luz que el cerebro interpreta como luz diurna, de modo que el uso excesivo de pantallas durante la noche tiende a alterar el ritmo del sueño. Sabemos que quedarse dormido implica ir desconectándose de la realidad, y en esta era, el uso de las redes produce exactamente lo contrario ya que estás atento a tus vínculos sociales, y eso genera ansiedades y excitación, y es obvio que en ese clima es difícil dormirse«.

    ¿Qué hacer? En ese caso, los especialistas aconsejan establecer «fronteras físicas respecto del uso nocturno del teléfono, es decir, dejarlo fuera de la habitación, e incluso reemplazarlo por un reloj si es habitualmente usado como despertador”.

    Por su parte, la investigación realizada en Alemania fue encabezada por Rainer Riedel, director del Instituto de Economía Médica e Investigación de Servicios de Sanidad de la ciudad de Colonia y abarcó a más de 5.500 chicos con edades que oscilan entre ocho y 13 años junto a sus padres.

    El estudio arrojó que los chicos que usan más de 30 minutos por día un smartphone tienen un riesgo seis veces mayor de tener dificultades para concentrarse que aquellos que no los usan.

    Otro de los resultados destacados del estudio fue que, en niños de entre dos y cinco años de edad que usan más de media hora diaria el teléfono de sus padres hay hiperactividad motora 3,5 veces más que entre quienes no manejan celulares.

    «A los chicos que nacieron en esta generación no conviene prohibirles las pantallas, sino adaptar su uso a la edad que tienen. Es importante que esa actividad esté combinada con otras, vinculadas a la sociabilidad, a otros juegos y al deporte, por ejemplo, y a medida que son más grandes, también con el estudio«, explicó en esta nota Paula Trippichio, psicóloga infanto-juvenil del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco).

    Para Horvat, «las pantallas pueden implicar un uso adictivo porque siempre parece que te estás perdiendo algo, siempre podés seguir el círculo infinito«.

    Por su parte, Trippichio apela al más simple sentido común cuando se le pregunta cómo hacer que los chicos limiten el uso de las pantallas siendo que están inmersos en un mundo adulto que lo multiplica. Dice, simplemente, que «hay que predicar con el ejemplo. No se puede imponer a un chico algo que uno no haga«.

     

    La tecnología: ¿ángel o demonio?

    La primera reacción, cuando se accede a las conclusiones de estos estudios, es de rechazo al smartphone. Y quizás hay algo muy humano en esa reacción. Lo que fascina y atrapa produce, también, cierto temor. Máxime tratándose de la “fascinación” que vemos en nuestros hijos por ese dispositivo ubicuo y omnipresente, que nos acompaña hasta nuestras mesas de luz e, incluso, hasta el baño.

    Pero lo importante es no perder de vista que se trata de tecnología. Y ésta, en esencia, es una herramienta. Algo que, al menos en teoría, es un medio para un fin. No un fin en sí mismo. Y si es un “medio para”, conlleva un uso. Y el uso es el que nosotros decidamos darle.

    Por lo tanto aquí nos separamos del tema “tecnología” para pasar al tema “decisiones”. Y si se trata de decisiones, tenemos que comenzar a hablar de nosotros. No de tecnologías. Nosotros podemos (y en muchos casos debemos) tomar decisiones respecto de cómo utilizar las tecnologías actuales y sus beneficios.

    Quizás es hora de que comencemos a hacernos cargo.

     

    Autor: Alejandro Marticorena, colaborador de Dialogando Argentina.

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